El tipo de Sony me pilla completamente desprevenido a la salida del curro. Son las ocho de la mañana y me he pasado toda la noche moviendo botes de espárragos, garrafas de agua y latas de aceite de oliva de aquí para allá, recolocando el Día entero a las órdenes de mi jefe, y tratando de ayudarle a descifrar el último mapa que nos han enviado los encargados de arriba y que no hay dios que entienda. Me muero por llegar a casa, cerrar las persianas y meterme en la cama, y lo último que me apetece es ponerme a hablar con extraños. Además esta tarde tenemos el último ensayo antes del bolo en la sala Wurlitzer, que va a ser el más gordo del año, así que quiero estar por lo menos relativamente fresco.
Al principio pienso que se está quedando conmigo. Cualquiera puede hacerse una tarjeta de visita de palo que diga que es un gerifalte de una discográfica importante para gastarle una broma a uno, pero me dice que si no me lo creo puedo meterme en la página de Sony y buscar su perfil y comprobar que no me engaña. Y resulta que el cabrón es auténtico.
Me dice que me invita a desayunar y nos metemos en el bar de al lado. Me cuenta que nos ha visto en los últimos dos conciertos en El Sótano y en la Sala Sol y que es obvio que tenemos potencial. Se ha escuchado también los temas que hemos ido subiendo a Spotify y a Apple, e incluso se sabe algunos de los títulos. Dice que le han gustado especialmente “Asesinatos García” y “La abuela atómica”. Me asegura que con el tono y el rango de mi voz, la precisión del Fer al bajo y el arte que se da Lucas a la guitarra, podemos llegar muy lejos. Me habla de grabar un disco en Londres que luego puede mezclar un tipo que ha trabajado con Albini. Me dice que vamos a petarlo en Youtube y en las redes y que vamos a entrar en tal lista y tal otra y a estar en todos los festivales: no solo aquí, en el de Benicasim y en el Primavera Sound en Barna, sino incluso en Glastombury y en Reading. Entonces, cuando voy ya por el tercer cruasán a la salud de la discográfica, el muy hijo puta me suelta como si nada que el único problema es que nuestra batería no es lo suficientemente sólida y que tendremos que reemplazar a Julián por otro tío que ya nos asignarán ellos.
Me dan ganas de tirarle el café a la cara y de mandarlo a la mierda, pero trato de ser razonable y de no montar una escena. Le explico que eso es imposible, que Julián es un amigo de la infancia y que lleva con nosotros desde que empezamos hace ya cuatro años, que es también nuestro letrista principal y que es como un hermano para todos, pero para el tipo nada de eso significa nada. Me pregunta si de verdad quiero pasarme la vida entera de reponedor en supermercados y me dice que tanto él como yo sabemos perfectamente que con Julián a la batería no vamos a salir nunca del circuito en el que estamos, y que dentro de nada no nos van a querer ni en las fiestas de los pueblos. Luego se levanta de la mesa dejándome su tarjeta y un billete de cincuenta euros y me dice que me lo piense tranquilamente y que lo consulte con la almohada, que no hay ninguna prisa.
Esa tarde en el ensayo meto la gamba varias veces y creo que todos se dan cuenta de que me pasa algo, pero nadie me quiere decir nada y yo tampoco quiero dar explicaciones. Dos noches después en el Día me graban las cámaras tirando botes de champú defectuosos contra la pared solo para ver cómo estallan. Me dicen que a la próxima me voy a la calle.
Llega la noche del concierto y no lo hacemos mal del todo, pero está claro que podemos sonar muchísimo mejor. Durante las cervezas de después me salgo un momento a fumar un cigarrillo con Julián. Le brillan los ojos y está como subido en una nube.
—¿Sabes una cosa? —me dice—. Liliana está embarazada.
—¡No jodas! Eso habrá que celebrarlo, ¿no?
Nunca en la vida me había alegrado tanto por él.
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Nota: Gracias una vez más al blog de Literautas por la inspiración y el ejemplo:
https://www.literautas.com/es/blog/post-20504/taller-de-escritura-mue-74/
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