domingo, 5 de octubre de 2025

La niña fantasma

Martes, 7 de octubre de 2025, once y veinticinco de la noche 


Hoy me he pasado el día entero asesinando y asesinando y asesinando otra vez a la niña fantasma. 

Se me ha aparecido primero en el 27 de camino al curro. Estaba sentada en mis rodillas, de lado, con su vestidito blanco de fresas estampadas, su diadema del todo a cien, y su eterna sonrisa con la que tanto le gusta torturarme. 

—Si tanto te molesta el reguetón de los auriculares del chico de al lado —me ha dicho— sabes que puedes hacer algo en lugar de quedarte ahí incapaz de seguir leyendo y echando humo por las orejas, ¿verdad? 

—¿No podrías hablar por lo menos como si fueras una niña normal? 

—El tono lo eliges tú, ya los sabes. ¿Qué vas a hacer con lo del reguetón? 

Como sé que es inútil tratar de razonar con ella no le he querido responder, pero se me ha quedado mirando todo el rato, como hace siempre que no le contesto a una pregunta. No he podido aguantar mucho y a la altura de Rubén Darío, dos paradas antes de la mía, la he sacado del autobús agarrada por los pelos y la he tirado debajo de las ruedas de otro 27 que venía detrás. Aunque es verdad que luego, durante el paseo hasta el curro ha sido un alivio no tener que escuchar más el reguetón del chaval de al lado en el autobús, la niña fantasma no ha tardado nada en volver a aparecer. 

Estoy en mi puesto esta mañana y las llamadas no paran de entrar y no me dejan ni un respiro. Hago reservas de habitaciones de hoteles para gente que hace viajes que yo nunca me podré permitir, rodeado de personas sin imaginación ni aspiraciones. A cada llamada reniego de todos mis principios y digo la frase que me obligan a decir: “le reconfirmo la reserva”, en lugar de la que me gustaría que me dejaran decir: “le confirmo la reserva”. La niña fantasma se sube a mi mesa y se me queda mirando altiva con su vestido blanco de fresitas, su diadema de plástico y su aterradora sonrisa de siempre. 

—Estoy en mitad de una reserva —le digo—, ¿te importa? 

—Si de verdad la reserva fuera tan importante para ti no creo que me hubieras llamado. 

—Disculpe un segundito, por favor —le digo al agente de viajes que está al otro lado de la línea y que no tiene la culpa de nada. 

—Si de verdad crees que este trabajo no va a ninguna parte y es un desperdicio de vida, sabes que tienes otras opciones, ¿no? —me dice. 

Es muy difícil hacer reservas y mantener la calma cuando la niña fantasma te mira tan fijamente y tiene los pies encima de tu mesa, junto al teléfono, así que la agarro por la cintura, me la subo al hombro y me la llevo hasta donde está la trituradora de papeles, y ahí que la meto empezando por el pelo y hasta la mitad de la cabeza, donde se queda atascada. No sabía que tuviéramos tanta sangre en el cerebro: se ha puesto todo el suelo perdido y me he manchado la corbata y la camisa. 

Durante la comida ha estado especialmente pesada y he acabado por estrangularla discretamente debajo de la mesa para poder por lo menos tomarme el café tranquilo. Después, en mitad de una llamada con una vieja bruja que quería un hotel sin moros en Marruecos, la he estampado contra la pantalla del ordenador —que se ha caído al suelo y curiosamente no se ha roto— y la he rematado a base de golpes de teclado en la cabeza. Teclas, dientes y sangre por todas partes. He pasado después por casa de mi padre para llevarle los imanes de neodimio que me había pedido que le comprara y apenas me ha dejado hablar un segundo con él. La he tirado por la ventana del patio interior y me he quedado viendo cómo caía desde el octavo hasta el bajo. Ha dejado una curiosa huella en el suelo. 

Durante la cena en casa me ha dejado un rato tranquilo, pero tampoco ha tardado mucho en tomarse nuevamente la venganza. Estaba en el sofá viendo una serie bastante decepcionante con Alicia, que se ha quedado dormida apoyada en mi hombro, cuando la he visto de nuevo.

—Si de verdad crees que tu relación con Alicia no va a ninguna parte y que le estás haciendo perder el tiempo, sabes que está en tu mano encontrar una salida, ¿no? 

He dejado a Alicia medio tumbada en el sofá y me he llevado a la niña fantasma agarrada por la muñeca hasta la cocina. He llenado de agua el fregadero y la he ahogado poquito a poquito, metiéndole la cabeza a la fuerza a intervalos irregulares, unos más cortos y otros más largos, hasta que ha dejado de respirar y de toser y de hacerme preguntas. Luego he ido a lavarme los dientes y a pasarme la seda dental y después he llevado a Alicia a la cama con mucho cuidado para no despertarla. Le he quitado las gafas y se las he dejado en la mesilla. Le he quitado también las zapatillas y la he tapado con el edredón y me he vuelto al salón, donde me he puesto a escribir esta entrada en el diario. En breve me iré a la cama yo también, pero sé que me despertaré en mitad de la noche para comprobar que la niña fantasma me mira impertérrita, condescendiente y sonriente, desde su lugar favorito junto al armario, igual que antes de anoche, que anoche y que mañana por la noche. 

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Nota: Gracias una vez más al blog de Literautas por la inspiración y el ejemplo: 

https://www.literautas.com/es/blog/post-20379/taller-de-escritura-mue-72/

Esta versión es diferente (más larga) de que la que subí a Literautas. 


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